martes, 27 de mayo de 2008

DE LA SOUL

¿Bob Dylan o De La Soul? Tuve que decidir entre ir a un concierto de uno u otros hace un par de años, pues coincidían el mismo día en Madrid. Supongo que los promotores de conciertos no se imaginan que haya demasiada gente capaz de admirar tanto a Dylan como a De La Soul, y por su culpa los melómanos tenemos que pasar un mal rato devanándonos los sesos. Pero como en cualquier decisión, a un lado los puntos positivos y en el otro los negativos, y pensando que en un futuro próximo tendría más oportunidades de ver al combo rapero, me decidí por Dylan. Recuerdo el concierto con bastante cariño y creo que elegí correctamente. Así que cuando vi por las calles de Bristol los carteles anunciando el concierto de De La Soul me acordé de Bob Dylan. Y pensé que, ahora sí, había llegado el momento de ver a uno de mis grupos de rap favoritos.

Al igual que Public Enemy, De La Soul también están de celebración; otros que llevan veinte años a sus espaldas. Cargando con la responsabilidad de representar el hip-hop, de hacerlo grande, digno y original. Su primer disco es una obra maestra, aunque suene raro, existe el rap hippie y ese disco es la prueba. El segundo trabajo del trío es mejor que el primero, lleno de sarcasmo y positivismo. El tercer y cuarto trabajo siguen en la misma línea, siempre con el soul, el jazz, el funk y el reggae como colchón sonoro. Los últimos tres trabajos son discos en los que podemos encontrar hits bailables y que siempre te sacan una sonrisa y buenas vibraciones.

De modo que durante estos veinte años, el trío de Nueva York ha conseguido ganarse un puesto en el top ten del hip-hop internacional y también un puesto importante entre la audiencia que no es exclusivamente rapera. Por sus formas desenfadadas, por su festividad lírica y musical, por su realismo y su conciencia humana. Han mantenido actitud y personalidad siempre, a pesar de que hayan sido acusados de Tíos Tom o de hacer un rap blando, se han mantenido firmes y el público ha sabido reconocerlo y se lo ha agradecido.

De nuevo en la Carling Academy, anoche, pudimos disfrutar de otro gran concierto de rap. Tras una banda de Cardiff en una onda similar a Ben Harper, y un rapper colega de la banda de neoyorquina, comenzó el esperado concierto.

La sala estaba llena de gente; algunos asistentes rozando los cuarenta, quienes posiblemente crecieron con la explosión del rap, muchos aficionados al hip-hop, pero también rockeros o gente sin etiquetas, con ganas de ver un buen show y pasarlo bien. Posdnous, Dave y Maceo salieron a escena uno tras otro, primero el dj, y luego los dos mc’s soltando parrafadas funkies. Me gustó bastante el trabajo que hizo el técnico de luces, supo jugar con los colores, la ausencia de luz y los flashes de un modo especialmente acertado, lo cual a veces puede ser determinante para crear la atmósfera adecuada en cada canción y hacer que el público se concentre más en el show.

El primer hit en caer fue ‘Stakes is high’, al que siguieron canciones como ‘Eye Know’ y ‘Ooooh!’. Ya tenían al público en el bolsillo, y jugaron con él. Cada uno de los mc’s se quedó con una mitad de la sala e hicieron el clásico juego de ‘a ver quién hace más ruido.’ Sonaron ‘Breakdown’ y ‘Say no go’ y entonces llegó la fiesta: ‘Me, myself and I’ con su sampleo de Funkadelic hizo botar hasta a los de seguridad, y después ‘Roller skating jam’ nos trajo la alegría de los sábados; el día de juerga para los trabajadores. Sonaron unos cuantos temas más, y hubo un particular homenaje a James Brown con rapeos sobre un bucle de 'Get Down', una de las canciones más conocidas del padrino del soul.

Después hicieron que se marchaban pero volvieron a los cinco minutos y tras interpretar un tema del próximo disco (aun en proceso de grabación), se despidieron con ‘The magic number’ y con ‘Ring ring ring’. La locura se hizo general, todo el mundo bailaba poseído por el funky y cantaba y coreaba el estribillo. Y se fueron dejando a todo el mundo feliz.

Pero no se acabó allí la cosa, a la salida del local, donde normalmente ponen el merchandising del grupo protagonista de la noche, estaban los dos mc’s firmando pósters y entradas. Y claro, yo no iba a perderme aquello y me acerqué a que me firmasen la entrada y a cruzar unas palabras con cada uno de ellos; a darles la enhorabuena por el show y por los veinte años de buen rap.

PAZ

jueves, 22 de mayo de 2008

POWER TO THE PEOPLE AND THE BEATS

El diecinueve de abril de 1988 salió a la venta el que está considerado como el quinto mejor disco de la historia de la música del siglo XX: ‘It takes a nation of millions to hold us back’ del grupo de rap Public Enemy. Por delante de ellos sólo la Velvet Underground, Bob Dylan, Marvin Gaye y The Clash, e inmediatamente después Bob Marley. Clasificaciones muy subjetivas y que cada cual podría variar puesto arriba puesto abajo según sus gustos, pero que, muy difícilmente, podría eliminar de la lista a cualquiera de dichos artistas.

El que fue el segundo disco de Public Enemy se convirtió en una revolución sonora potentísima y provocó una repercusión tan grande que, sin ella, no podríamos entender la evolución de la música durante los veinte años que han transcurrido desde que salió a la luz. Pero no sólo conmocionó al mundo a nivel musical, y eso es lo que lo hace tan importante; también supuso una renovación intelectual para la comunidad negra; inventaron una nueva forma de alzar la voz y reflejar su descontento. También dejaron claro que se podía criticar al gobierno y a la sociedad norteamericana, dar nombres y citar instituciones, acusar a los culpables. Aquello era la actitud punk mezclada con la estética paramilitar de los Black Panthers. En la foto de la contraportada del disco los miembros de la banda están en una celda mirando desafiantes al objetivo, en el suelo y bajo sus botas, la bandera norteamericana: reclamo de poder negro, supremacía racial.

Hay que decir sin miedo alguno que sin este disco no existirían bandas como Rage Against The Machine o más fácil; no existiría lo que conocemos como rap-metal. La trayectoria del hip-hop no hubiera sido la misma, no habría un grupo de rap denunciando la injusticia en cada rincón del planeta donde se violan los derechos humanos. Tampoco existiría el sampler como un instrumento más. Sencillamente, no consideraríamos la música como un vehículo de expresión donde la sedición equivale al uso de la palabra en forma de rima. Consiguieron hacer realidad lo que el punk intentó y además dieron alas a otros estilos musicales demostrando de lo que eran capaces a través de la música.

Otra de las virtudes del disco es el momento en el que salió. Raramente el público valora la capacidad de un artista de sacar un disco en el momento adecuado, o la importancia que tiene al impactar en un contexto sociocultural determinado. Es sabido que Public Enemy aceleraron el proceso de producción del disco intencionadamente para conseguir que saliera en aquel preciso momento; pues eran conscientes de que el mismo disco seis meses más tarde no tendría un impacto tan espectacular. Porque la competencia entre bandas de rap estaba en un momento de creación tan marcado por el dinamismo como por la calidad. Y por que era el momento de decir aquello, pues en un mundo en cambio constante lo dicho hace unas horas rápidamente carece de valor.

Las letras son un fiel reflejo del estado de las cosas de aquel momento. ‘Bring the noise’ es un comienzo rompedor, dejan claro que en esto de hacer ruido Public Enemy son los mejores, pero también mentando a Louis Farrakhan y recordando que su tiempo ha llegado. También habla de la música como un medio de comunicación donde el heavy o el pop se encuentran con el rap. ‘Black steel in the hour of chaos’ es una de las líricas antimilitares y antibelicistas que más han molestado a los altos cargos del ejército americano. Insumisión al ejército y a la nación alegando creencias políticas, como hizo Muhammad Alí. ‘Don´t believe the hype’ no es más que una forma de acusar a los medios de comunicación de manipuladores y de no mostrar la verdad. Les acusa de hacer de la información un negocio donde prima vender antes que informar, donde la mentira y la imposición del miedo en la sociedad son el instrumento para mantener a las masas controladas. En ‘Louder than a bomb’ nombra varias veces a la CIA y al FBI; Chuck es un activista afroamericano, se siente vigilado y lo dice sin tapujos. En ‘Night of the living baseheads’ critican el alcoholismo y la drogadicción entre la comunidad negra en lo que es un claro ejercicio de autocrítica y de análisis acerca de los problemas de casa. El último hit a destacar es ‘Rebel without a pause’. Haciendo un juego de palabras con la película protagonizada por James Dean, Chuck D se reafirma a sí mismo como un rebelde sin pausa y firma una de las mejores letras del hip-hop de todos los tiempos. En el plano lírico, se trata de un disco redondo, sin caer en el panfletismo, dejando que las ideas salgan, mezclándolas con chulería y estilo. Expresión libre sin más pretensión que la de hacer rap positivo.

A nivel musical consiguieron representar lo mismo que en las letras. La composición de ritmos y sampleos es tan rica y tan potente que supuso un punto de inflexión en la forma de producir. The Bomb Squad es el combo liderado por los hermanos Keith y Hank Shocklee responsable del sonido del disco. Los ingredientes fueron bases de ritmos acelerados e infinidad de sampleos en todas las canciones, alejándose del patrón que dictaba el hip-hop de por entonces: un solo sampleo repetido constantemente en un bucle algo cansino. Así que para crear esa bomba sonora recuperaron a Marva Whitney, James Brown, Grand Wizard Theodore, The Soul Children, Rufus Thomas, Funkadelic, Run DMC, Beastie Boys, The JB’s, Queen, Kurtis Blow, Isaac Hayes, Bob James, Kool & The Gang, ESG, David Bowie, Laffayette Afro-Rock Band, The Temptations, Stevie Wonder, Sly & The Family Stone, Earth Wind & Fire, Parliament y Bob Marley, entre otros. Todo ello, con un sentido del ritmo y la armonía matemático, con la intención de crear un nuevo sonido que representase la disidencia en la música, pero además, dentro del hip-hop, que es ya de por sí una subcultura disidente, de modo que consiguieron un efecto doblemente subversivo. Para algunos suena feo (aunque no pretendía ser bonito), pero crearon algo que sólo unos genios iluminados podrían haber creado. Era revolucionario, explosivo, rebelde.

También metieron voces de discursos de gente como Malcolm X, Khalid Abdul Muhammad o el mismísimo Johnny Cash hablando desde la cárcel de St. Quintin. Una de las canciones, ‘Louder than a bomb’, se titula casi igual que una del grupo de pop The Smiths, y en otro de los cortes le dan una vuelta de tuerca al ‘Fight for your right to party’ de los Beastie Boys montando una ‘Party for your right to fight’. De modo que toda esa mezcla que en un principio podríamos considerar como un popurrí imposible de sincronizar, se convierte en el sonido más espectacular y sorprendente jamás antes creado. Consiguen la cuadratura del círculo. Y todo ese trabajo, mezclado con la lírica disidente de Chuck D, con un estilo de rapear rabioso y cuya voz ruge cada rima, mezclado con los scratches de Terminator X, la aportación estética de los miembros de la S1W (Security of the first World) y la nota de humor en la labor de entertainer de Flavor Flav, consiguieron llegar a lo más alto. Consiguieron que Public Enemy fueran el enemigo número uno de la sociedad norteamericana más conservadora y ortodoxa. El puño negro en alto, como John Carlos y Tommie Smith. ‘It takes a million of nations to hold us back’ es la bofetada más grande de la historia de la música a todo lo previamente establecido.

Veinte años después, Public Enemy siguen en activo. Metiendo caña y revolucionando todo lo que pueden. Todavía son incómodos para la administración de turno en el poder; siguen teniendo problemas para salir de gira, para dar conciertos y para mantener el activismo político-social en su país. Pero no se rinden, y este año han decidido hacer una gira para conmemorar los veinte años del disco más importante de rap de la historia. También para recordar a los más jóvenes que son leyendas del hip-hop y que aun merecen un rincón en las paredes y en los reproductores de vinilo. Esta iba a ser la segunda vez que les veía en concierto. La vez anterior tuve la oportunidad de entrevistarles para la revista Serie B, y ahí queda esa foto junto a Flavor Flav y Chuck D para el recuerdo.

La primera parada de la gira fue Bristol, ayer por la noche, en la Carling Academy. Coincidía con la misma hora que la final de Champions que se disputaban dos equipos ingleses, de modo que personalmente tenía serias dudas de que el aforo fuese aceptable. Cuando entramos la sala estaba medio llena, pero poco a poco fue entrando gente, y para cuando Public Enemy salieron a escena, el local estaba a reventar.

Los teloneros fueron The Bomb Squad, los hermanos Shocklee armados de aparatos tales como ordenadores, teclados midi, platos, mpc o mesas de mezcla. Intencionadamente, su show estuvo enfocado a las raíces del hip-hop, de modo que comenzaron haciendo una sound system pinchando discos de reggae. Uno de ellos hacía de speaker, de maestro de ceremonias, animando al público, buscando interacción. Después pasaron a sonidos mas funky y sin tiempo para asimilarlo, de repente, el sonido dio un vuelco. El ritmo engordó muchísimo; bajo y batería, scratches y ruiditos varios. La sala retumbaba y la distorsión fue el elemento con el que más jugaron los dos beatmakers, cuyo show duró poco pero fue un guiño a todo lo que ocurrió hace más de veinte años y al modo de componer que tenían, además de las tan diversas influencias que les inspiraban.

Después Public Enemy salieron a escena y comenzaron a interpretar el disco desde el principio: las sirenas de ‘Countdown to armageddon’ sonaron avisando de que el bombardeo iba a comenzar, y entonces soltaron ‘Bring the noise’, ‘Don’t believe the hype’, ‘Cold lampin’ with flavour’, ‘Terminator X to the edge of panic’, ‘Black steel in the our of chaos’ o la brutal ‘Rebel without a pause’, momento clave de la actuación. Poco a poco fueron tocando todo el disco. Entero. Incluso los cortes instrumentales, momentos en los que Flavour Flav demostraba por qué es el teenager más viejo del mundo. Pero además hubo una novedad respecto a la forma de hacer los conciertos de Public Enemy, a veces paraban entre canción y canción y comentaban cómo surgió el tema o qué les inspiró a escribir. Hicieron un repaso y analizaron el contexto histórico y la intención de cada canción del disco.

También interpretaron otros clásicos, entrelazándolos uno tras otro de un modo vertiginoso. Cayeron ‘You’re gonna get yours’, ‘Too much posse’, ‘Brothers gonna work it out’, ‘911 is a joke’, ‘Welcome to the terrordrome’, ‘Can’t truss it’, ‘By the time I get to Arizona’, ‘Shut ‘em down’ y ‘Give it up’. ‘Harder than you think’, tema principal del último disco, fue la única canción fechada después de 1994 que tocaron, lo cual es significativo. Por lo importante que fueron en la etapa que va desde el 87 al 94 y porque sus últimos trabajos no han tenido la misma repercusión a nivel internacional. No porque ya no sean buenos, si no porque mantenerse fiel a sus principios y no fichar por discográficas multinacionales en un mundo como hoy, tiene un precio; te hace descender de liga. Porque si la MTV veta tus videos la gente joven no va a conocerte. Porque la rebeldía se ha convertido en simple diplomacia practicada también por las obras sociales de los bancos, no en lo que Public Enemy practican desde hace más de dos décadas (actividad que muchos tildan de radical o extremista). Y por que la música se está reduciendo a descargarse nuevos tonos de móviles, y las letras de las canciones solo dicen tonterías. Y a la industria no le interesa otra cosa. Pero esta  banda de rap, en más de veinte años no han compuesto jamás una canción estúpida, no han hablado de drogas, chicas, coches, dinero o champán. Y siguen teniendo estilo, siguen siendo frescos, hacen un espectáculo impresionante y lo dan todo en cada concierto. Acompañados por guitarra, bajo y batería, los tres miembros de la S1W y Dj Lord, siguen representando el hip-hop vayan donde vayan.

Por eso acabaron interpretando el ‘Fight the power’ alargándolo hasta que les echaron del escenario y dejando claro que hay que luchar el poder para conseguir un mundo mejor. Dejando claro que solo hay una raza; la raza humana. Y por eso se marcharon mientras sonaba ‘One Love: People get ready’ de Bob Marley. Con una mano: el puño en alto. Con la otra mano: el símbolo de

PAZ

viernes, 9 de mayo de 2008

UN AÑO EN BRISTOL

Hoy hace un año de aquel día en que me fui de Madrid y decidí dejarlo todo a un lado. Y fui en busca de respuestas, aventuras y retos. Y por eso quería hacer una entrada recordándolo. Recordándoos también a vosotros, lectores, que ha pasado un año desde entonces. Que el tiempo ha pasado rápido y sin avisar, como siempre. Sin embargo, no sé si es el momento adecuado de hacer balance, y quizás sería más cómodo no hacerlo, pero inevitablemente y sin pedir permiso, mi mente se pone a ello.

Releyendo la primera entrada de este blog, me doy cuenta de cuál era mi estado de ánimo hace un año, qué intenciones tenía. Así puedo valorar este año en Bristol con una referencia fiable, pues el legado escrito es como una fotografía; da detalles perfectos de un instante del pasado. ‘El Viaje’, la primera entrada, me da un poco de envidia. Por que tenía las cosas bien claras, más que nada. Pero como los sabios suelen decir; ‘no mires demasiado hacia atrás’.

Este año ha sido positivo en todos los sentidos, y creo haber mantenido vivo constantemente el espíritu del viaje a nivel mental y físico, al mismo tiempo que he conseguido metas importantes en el plano personal y en la vida privada.

Pero soy consciente de que en poco más de un mes cierro un ciclo. Tras los exámenes de inglés para conseguir el título, el objetivo principal a nivel académico se verá cumplido. Después se abren abanicos, opciones. Y llegará el momento de decidir qué hacer, a dónde ir, elegir lo adecuado. Hay miedos, claro, nadie quiere tomar la decisión equivocada. Pero ‘el mayor riesgo es no arriesgar.’ Así que habrá que lanzarse a por ello.

La temporada termina y hay que pensar en clubes por los que fichar. Pero sobre todo hay que pensar en subir de nivel. Ascender a primera división, o a la premier league, como dicen los ingleses. Tengo pendiente trabajar definitivamente como periodista de un modo profesional y remunerado, y espero conseguirlo tarde o temprano. De momento puedo deciros que tengo algunos ases guardados en la manga esperando a que surja la jugada perfecta para echar el órdago. Estad atentos.

Sin embargo, y a pesar de los temores ante una decisión que puede marcar el resto de mi vida, la mente está abierta, activa. Trabajando a pleno rendimiento. ‘Cerebro de alta velocidad’. Siempre abierto, infinito, como el mar. Primero llega la tormenta, de ideas, y luego la calma y la tranquilidad. Como en la foto, con la mirada en el horizonte ante la inmensidad.

En cuanto al blog, estoy contento por cómo ha ido funcionando a lo largo del año y espero que siga siendo un medio de comunicación entre vosotros y yo. Por eso hoy quiero recuperar esa interacción que practicamos en alguna de las primeras entradas y pediros que penséis. Que hagáis memoria y penséis en la mejor experiencia de este año, desde mayo de 2007 hasta hoy. Si tuvierais que seleccionar algo y esto fuese lo mejor, ¿qué sería?

Por mi parte seguiré contando novedades y reflexiones, viajes, anécdotas y crónicas de lo que vaya ocurriendo por Bristol y otras partes del mundo. Hasta que nos volvamos a encontrar, hasta que el destino cruce nuestros caminos de nuevo.

Un abrazo grande y hasta pronto.

PAZ

martes, 6 de mayo de 2008

UNA NOCHE EN LA ÓPERA

Tenía una deuda pendiente con la ópera a través del blog y hoy quiero saldarla a pesar de que no soy un gran entendido en la materia y de que jamás antes he escrito sobre un género como este.

Pero tengo la fortuna de haber acudido a la ópera y de haber sido partícipe de varias representaciones desde que tenía seis años. Así que, veinte años después, sé cuándo un cantante hace buen papel y cuándo no, sé si el director es bueno o si le escapa de las manos el control de la orquesta, coro y voces principales. Sé distinguir una buena escenificación, aunque esté ambientada en la actualidad. Digamos que sé diferenciar entre una buena obra y una mediocre, y ello es fruto de haber sido espectador en los teatros de Barcelona y otros puntos de Catalunya, de Madrid, Santander, Valencia, Berlín, Praga, Verona, Atenas o Nueva York.

Creo sinceramente que la ópera, tras décadas de mirarse el ombligo, ha recuperado su misión social. Ha sabido renovarse antes que morir. Desde hace ya unos años ha dejado de ser un espectáculo elitista y exclusivo para las clases sociales adineradas. Ha recuperado el ambiente popular (y aquí estas palabras significan circo, fiesta, pasatiempo). Ha recuperado la esencia con la que fue creada, que radica en contar historias a través del teatro y crear emociones con la música.

La ópera ha vuelto a acercarse al pueblo llano gracias a escenógrafos que han adaptado a la actualidad historias escritas hace trescientos años. Aunque esto también ha supuesto una reacción negativa por parte de aficionados fundamentalistas y una sorpresa para algunos iniciados que esperaban vestimentas del siglo XVII y palacios. Pero en su lugar han encontrado edificios contemporáneos y a los cantantes vestidos con ropa que bien podrías comprar en las tiendas de tu barrio. Y esto no significa que no haya lugar para las puestas en escena clásicas; todo lo contrario, hay lugar y debe mantenerse. Pero el género no puede supeditarse a la gloria del pasado y obviar la evolución, pues ello significaría perder el pulso de los días. Y, al tiempo, por el momento no hay noticia de nadie que le haya vencido. Por eso es mejor sacrificar parte de la carga a la vez que el oxígeno se renueva.

Con esta nueva corriente, la intención es devolverle a la ópera la dignidad y la frescura de sus orígenes. Y el modo de hacerlo es a través de representaciones que agiten conciencias, que denuncien situaciones de injusticia, que reflejen el estado de las cosas o que, simplemente, relaten fábulas creíbles. La misión original de la ópera, que ahora se intenta recuperar, es la de transmitir una serie de valores positivos para el entendimiento social a través de las historias que cuenta. Ser también una crónica fidedigna de la historia de la humanidad y de sus individuos, contar al mundo sus miserias, pero también sus logros. Se trata de llegar, en el plano sensorial de la palabra, a los que se han acercado esa noche al teatro y nunca dejarlos indiferentes. Además, para ello, la ópera tiene un gran aliado; la orquesta filarmónica, capaz de reproducir las melodías más perfectas y armoniosas jamás creadas por los genios de la música clásica.

Algunos dicen que la ópera está muerta, que no tiene donde ir. Pero en su contra, yo digo que no, que la ópera está más viva que nunca y que su futuro seguirá siendo la misión para la que nació. Una misión social de entretenimiento capaz de captar la atención de la burguesía y de la clase trabajadora, pues el mensaje que emite y el canal que utiliza, son universales.

Tras esta breve introducción, os cuento la velada en el Metropolitan Opera del Lincoln Center de Nueva York.

Un ballo in maschera

Llegamos al teatro sobre las siete de la tarde. Entramos y bebemos agua en los típicos vasos en forma de cono del Met, porque si vas a la ópera en Nueva York y no bebes agua en los vasos de cono, no es lo mismo. Nos dan el libreto donde informan que el papel de Ricardo, el protagonista, será reemplazado por otro cantante debido a incapacidad de quien estaba previsto.

Avanzamos por el pasillo central izquierdo de platea hasta el foso y observamos lo enorme que es el teatro. Con cinco pisos y una platea, alberga capacidad para casi cuatro mil personas. Viéndolo así, vacío todavía, con abundante luz, cuesta creer que la voz de un hombre o una mujer pueda llegar con calidad a todos los rincones. Pero esa duda quedará disipada algunos minutos después.

Las paredes son de un dorado mate, las butacas granate, el telón también es dorado casi ocre. Las lámparas cuelgan del techo en mitad del vacío, situadas a modo de satélite de una central y mucho mayor. Brillan como estrellas, cristales vivos, haz de luz, como criptonita.

Nos sentamos y leemos el argumento del primer acto mientras la gente va entrando y tomando asiento. Parece que Verdi va a obsequiarnos con un drama donde se mezcla el amor, la tiranía, la superstición, la infidelidad, el acoso político y, como no, la muerte.

Las lámparas ascienden hasta el techo y la luminosidad disminuye progresivamente; primero tenue, luego oscurece por completo. Nos preparan así, psicológicamente, para la representación.

Seguidamente sale el director de orquesta, Gianandrea Noseda, quien durante toda la obra dirigirá magistral y enérgicamente demostrando autoridad y saber hacer. El preludio u obertura marca inevitablemente la ópera desde el comienzo. Un sonido que lleva tragedia y amor en sus notas, belleza armónica ante todo.

Un ballo in maschera es una ópera en tres actos de Guiseppe Verdi, ambientada en la Suecia de 1792, bajo el mandato del Rey Ricardo. El argumento, que no voy a contar, transcurre en el palacio del Rey durante la primera escena del primer acto. A grandes rasgos, puede afirmarse que es una ópera difícil de cantar debido a los constantes solos o duetos que tienen que hacer las principales voces durante la mayoría de áreas. La segunda escena transcurre en la cueva de Ulrica, una gitana que adivina el futuro. La voz de Stephanie Blythe, quien la interpreta, suena con un poderío capaz de inundar cada rincón del teatro, con una musicalidad que por momentos eclipsa a la orquesta. Una voz que encuentra complicidad y comodidad junto a la de Angela Brown en el papel de Amelia, otra de las grandes de la noche. Ciertamente, se echa a faltar un poco más de protagonismo de Ulrica durante el resto de la historia, para poder oír su intensa voz un poco más. Para oírla cantar.

También Renato demuestra grandes dotes líricas, mientras a Ricardo le cuesta un poco más, aunque va mejorando mientras la representación avanza.

El primer interludio lo dedicamos para bajar a ver la exposición de Pavarotti y otros cuadros o fotografías. Al rato comienza el segundo acto, situado en un campo solitario a las afueras de la ciudad, donde ejecutan a los sentenciados a muerte. La puesta en escena es magnífica. Me recuerda a las afueras de Mordor, de El Señor de Los Anillos: un lugar ténebre y donde la vida es sólo una ilusión de esperanza. Aquí Ricardo demuestra de lo que es capaz (y debe hacerlo porque esta escena es su prueba de fuego) y canta con decisión, convencido y transmitiendo todos los sentimientos cuyo papel requiere. Amelia sigue en una línea ascendente, acompañado por Renato. En el plano argumental, el final del acto es clave para el desenlace. La traición y el engaño se pagarán muy caros. La desgracia está a punto de empezar.

Hay un segundo entreacto que nos parece demasiado largo pero que aprovechamos para salir a tomar el aire, para admirar los enormes lienzos de Marc Chagall y hacer alguna foto. La señora que se sienta a mi izquierda, al oírnos hablar en castellano, me pregunta de donde somos. Ella resulta ser mexicana, aunque neoyorquina de adopción.

La primera escena del último acto es la preparación del plato en frío; la venganza. En la casa de Renato, junto a los detractores del rey, se gesta y se prepara el asesinato de Ricardo. La tensión acecha, nos invade la intriga.

La segunda escena del tercer acto, se situa en el despacho del rey; cartas secretas con intenciones opuestas, los últimos estertores antes del desenlace final. Transcurre rápido, pero es un momento clave. La tercera y última escena es el baile de máscaras. De repente desaparece el despacho y, ante nuestros ojos, inesperadamente nos encontramos ante un enorme salón de palacio. De mármol verde, con escaleras majestuosas, lámparas dignas de un rey y una multitud que canta y baila enmascarada. Los aplausos esta vez no son para ningún intérprete, si no para el escenógrafo y la producción. Han conseguido meter un palacio en tres dimensiones dentro del escenario.

El baile y los cantos se coordinan a la perfección y gustan mucho al espectador. Y a su vez, Verdi demuestra que también sabe hacer cantar al coro.

La obra concluye con la muerte, pero mientras esta llega, los protagonistas le cantan efusivamente al perdón y al amor incondicional, a la amistad. A tres voces y con el coro acompañando, concluye  completo, definitivo. Sentencia la obra.

Después, los merecidos aplausos para los artistas y orquesta, y para nosotros una sensación de haber presenciado una gran e inigualable fiesta de la música y el teatro. La ópera.

PAZ

domingo, 4 de mayo de 2008

NYC (III)

New York state of mind

El viernes nos levantamos pronto y atravesamos la isla en metro hasta la punta sur del Downtown. Bajamos en la Ferry Terminal y llegamos a punto para el ferry de las diez a Staten Island. Al ser gratuito y pasar cerca de la estatua de la libertad, los viajeros somos mayoría turistas y sólo algunos ciudadanos neoyorquinos del distrito al que nos dirigimos.

Hace un día despejado y pasamos por delante de Ellis Island, de la Estatua de la Libertad y nos situamos frente al maravilloso espectáculo de edificios de Manhattan donde faltan las Torres Gemelas. De vuelta se repite el recorrido y aunque todas las cámaras apuntan a Manhattan, yo miro el puente Verrazano, la puerta de NYC. Y pienso que algún día comenzaré a correr 42 kilómetros y 195 metros desde allí.

En total pasa una hora hasta que volvemos a Manhattan. Después paseamos por Battery Park y nos acercamos hasta la Zona Cero. El proyecto que han comenzado a construir es la Freedom Tower y otros edificios vecinos que formarán el nuevo World Trade Center. Las obras no cesan, y la sensación que tengo es que no han avanzado mucho desde la última vez, sin embargo para el 2012 aseguran que estará terminada y su altura será de 541 metros.

Seguimos hasta Wall Street y paramos un rato frente a la bolsa neoyorquina. Decido hacerme una foto frente al edificio con mi camiseta que representa el pensamiento marxista. No ha sido deliberado el hecho de que hoy vistiese así, pero al final ha quedado bien. (Atentos al gorderas de la parte inferior izquierda de la foto, a ese seguro que no le importa ni el Nasdaq ni el Euríbor.)

Por las calles cercanas hay un ambiente alegre; un pequeño mercadillo de comida preparada donde la gente compra costillas de cerdo, carne asada, kebabs y grandes mazorcas de maíz que devoran con cara de conejo. Seguimos andando hasta el Pier 17, donde los antiguos veleros recuerdan la época colonial. Comemos en la zona común de la última planta unos nachos y un burrito del chiringuito mexicano, y esta será la peor comida del viaje. Estamos un rato tranquilos, tomando el sol, observando los puentes, Brooklyn, los helicópteros que despegan cada cuatro minutos.

Vamos andando hasta el Brooklyn Bridge y lo cruzamos en un tiempo mucho más breve que el de Queens. Damos un paseo por la zona que nos lleva hasta el Manhattan Bridge y luego cogemos el metro. Nos bajamos en Canal Street y damos un paseo por Tribeca, donde hay un ambiente cosmopolita y esnob. Gente quizás demasiado guapa, demasiado arreglada, demasiado cool. Pero a pesar de todo aun queda algún bohemio auténtico y el barrio tiene un encanto pasajero, de esos que te acaba cansando al tiempo de frecuentarlo habitualmente. Sí, un encanto de esos que han sido comprados recientemente por las marcas de ropa del momento.

Sobre las ocho de la tarde nos vamos al hostal y descansamos una hora y media antes de salir un rato por la noche. Vamos al East Village y tomamos unas cervezas en algunos pubs, damos varias vueltas por la zona y nos empapamos del ambiente nocturno de Nueva York. Realmente parece que existe esa malasaña neoyorquina que busqué sin éxito en nochevieja de 2007. De vuelta al metro me encuentro con un graffiti dedicado a Joe Strummer que conocía por un video y no puedo evitar sorprenderme gratamente.

El camino a casa nos lleva más de una hora a causa de las obras del metro, así que dormimos reventados de cansancio tras un duro día.

El sábado nos levantamos un poco tarde, pero sin presión alguna. Pasadas las doce ya estamos en la calle. Paseamos hacia el este cruzando Central Park y nuestra primera parada es el Guggemheim Museum. Solamente entramos en el hall, donde hay ocho coches colgados de los que salen barras de luces. A mi me encanta. Seguimos por la quinta avenida, cerca de donde viven los más adinerados de la ciudad. Llegamos hasta el Metropolitan Museum y paramos un rato en las escalinatas a ver a un par de tíos haciendo un show de breakdance. En uno de sus números hacen salir a tres personas y, de entre cientos, Paula es una de las elegidas. Los tíos resultan ser más cómicos que bailarines, pero tienen su gracia y se merecen lo ganado.

Comemos unas BBQ Ribs en un Friday’s de la séptima y después vamos a dar un último paseo por Harlem. Esa misma mañana ha habido una manifestación contra la declaración de no culpabilidad de tres policías que asesinaron a Sean Bell, un afro-americano. Los sucesos tuvieron lugar hace dos años, pero el juicio se ha alargado hasta esta semana. Según el juez, los policías dispararon a Sean en defensa propia. Pero lo peor de todo es que Sean recibió cincuenta disparos. Así que la gente se pregunta qué clase de defensa es disparar cincuenta veces. Y la gente está indignada y muy cabreada.

Es nuestra última noche, y aunque tenemos pensado salir, abortamos la misión para aprovechar las horas de mañana. Para despedirnos de las cenas volvemos al restaurante cercano donde tenían aquella carta interminable. Yo pido una hamburguesa completa que me sacia y me sabe como ninguna, Paula un sandwich que también pinta bien.

Tomamos un par de cervezas en un pub cercano donde el ambiente está animado y donde intuimos que la noche va a acabar peor que en el Bar Coyote. Es típico americano y también mola verlo.

De vuelta al hostal, un poco de NBA, preparar las maletas y a dormir.

 

El domingo amanecemos pronto. Aunque el día está un poco nublado, decidimos subir al Empire State. La ventaja de un día como hoy es que no hay que hacer largas y tediosas colas para subir. En menos de quince minutos disfrutamos del panorama. Las vistas desde semejante altura son un espectáculo de edificios, calles y avenidas.

Después decidimos despedirnos de la urbe por lo alto; comemos un sirloin steak en el Smith & Wollensky. Buen sabor de boca para finalizar. Damos un paseo hasta Times Square y cogemos el metro hasta el hostal. Hemos contratado un taxi-furgoneta que nos llevará a diez personas al aeropuerto por un precio mucho más asequible que un cab (o taxi amarillo). Hay dos de Barcelona y dos de Valencia, todos contamos anécdotas similares, todas alegres.

Volamos desde Newark, el aeropuerto de Nueva Jersey. La espera es larga y la pasamos jugando a las cartas y gastando los últimos dólares en un vino californiano. El viaje transcurre sin incidentes y marcado  por las pocas ganas de volver a Inglaterra. Enamorados de la ciudad de Nueva York. La ciudad que nunca duerme. La ciudad de los rascacielos. Capital del mundo. Punto de encuentro de todas las culturas, razas y lenguas. Donde millones de historias tienen su sede. Donde todo es posible. New York City Everything.

PAZ

sábado, 3 de mayo de 2008

NYC (II)

across 110th street

Nuestra parada de metro más cercana al hostal es Cathedral Parkway, en la calle 110 con Broadway. La calle 110 es una de tantas que, a diferencia de las demás, es de doble sentido y tan ancha como una avenida. Es una calle fronteriza que marca territorio; termina Central Park en su vertiente sur y comienza el barrio de Harlem en su vertiente norte. En la zona oeste de la calle, donde estamos nosotros, se encuentra el llamado Harlem hispano, la comunidad portorriqueña, mayoritariamente.

El segundo día nos despertamos frescos y descansados a las siete de la mañana, aun afectados por el jet lag. Decidimos ir a la zona norte y centro del Downtown. El metro nos lleva directos hasta Houston Street. Visitamos el SoHo (South of Houston Street), y la mayor atracción de esta zona es Broadway, llena de tiendas y de gente variopinta.

Entramos en Dean & Deluca y admiramos la comida. Tienen fruta de todo tipo, hortalizas, verduras. Nos quedamos mirando los tomates; de todas las figuras y colores. Incluso amarillos y naranjas. Y no, estos no están tratados químicamente en Almería bajo lonas de plástico o efecto invernadero. También tienen café de todas partes del planeta. Metemos la mano en los sacos como Amelie. Hay pan de distintos tipos, crujiente, sabroso, aromático. También carne con un corte suculento, pescado fresco, marisco, conservas, chocolate, pasteles, bollería. Todo apetitoso, todo bien puesto. Todo sano.

Continuamos la mañana haciendo alguna compra, cruzando Prince, Spring y Broome Street, hasta llegar a Canal Street. Giramos hacia el este, a Chinatown.

El barrio chino es un parque temático, un gueto, un viaje a China dentro de Nueva York, simplemente. Ya no hay puestos de perritos calientes, si no de noodles, los comercios venden imitaciones de perfumes, ropa y otros elementos característicos del consumo capitalista occidental.

Llegamos hasta Columbus Park, lindante con Mulberry Street, y nos sentamos un rato en la plaza. Somos los únicos seres de rasgos no orientales, a excepción de algunos turistas más. En los bancos de la plaza, los chinos juegan a las cartas, a un juego similar a las Damas y comen arroz u otros platos típicos. Hay cientos de ellos. Muchas mujeres se sientan en sillas de juguete, de colores ya gastados, algunos hombres tocan música y cantan canciones.

Decidimos comer en el barrio y vamos a un restaurante en Bayard Street. Comemos noodles y pollo crujiente con salsa de miel y mostaza. Barato, rico y abundante. Además, un buen síntoma es que hay chinos comiendo en establecimiento, también americanos.

Subimos Mulberry Street hacia el norte para llegar a Little Italy. Es una lástima ver que este barrio ha desaparecido por completo respecto a como era antaño. Pero entendiendo el comportamiento social occidental, no podíamos esperar de los italianos una actitud similar a la de los chinos. No íbamos a esperar que en pleno siglo XXI estuviesen recluidos en su barrio hablando en italiano, comiendo espaguetis con albóndigas y pasando olímpicamente de América. No, ellos se han integrado y reclaman su nominación de ítalo-americanos. De modo que el barrio italiano se ha reducido a restaurantes de pasta y pizza y a que en las tiendas de souvenirs (en las que te atienden chinos) te puedas comprar camisetas de Al Pacino en el papel de cualquier mafioso de los tropecientos que ha interpretado a lo largo de su carrera. Así que comparas una comunidad con otra, y concluyes que los chinos no tienen interés alguno por integrarse en la sociedad americana. Viven igual que en China pero en Nueva York, ¿y a ellos qué más les da Nueva York que Pekín? Por ese motivo creo que los que dicen que cuidado con China están equivocados. Los chinos no tienen ni espíritu conquistador ni de integración. Y que conste que no lo considero malo ni bueno. Simplemente ellos son distintos. Su percepción social y económica es distinta, y ni tan siquiera creo que se hayan planteado una percepción geopolítica en sus relaciones internacionales o a la hora de emigrar a otros continentes, al menos hasta hace bien poco. Y si se la han planteado no es expansionista, buena prueba de ello son los barrios chinos a lo ancho y largo del planeta. La dimensión cultural es el universo de cada pueblo, de modo que para entender al chino deberemos analizar su pensamiento colectivo a nivel cultural y social, y no tratar de entenderlo desde la cosmovisión occidental, como hacen muchos erróneamente.

Sigo con mi relato del viaje, que me lío con los chinos. Tomamos un helado en Ferrara y paramos a degustarlo tranquilos, viendo un poco a la gente y tomando el sol.

El resto de la tarde seguimos callejeando por el SoHo, entrando en unas cuantas tiendas y comprando, teniendo en cuenta que la libra esterlina casi dobla al dólar.

A eso de las ocho de la tarde vamos al hostal. Descansamos un rato y decidimos hacer caso de la guía y cenamos en un restaurante con una carta más extensa que el Quijote. Tienen y hacen de todo. Pedimos mozzarella rebozada y frita de entrante y una pizza de espinacas y queso feta. Lo regamos con unas Buds heladas. Mirando las fotos que cuelgan en el establecimiento, vemos que por ahí ha pasado gente como Bill Clinton o Mike Tyson y que el sinvergüenza de Bono (de U2) estuvo sentado en la misma mesa que nosotros. Es curioso, porque el sitio es ínfimo, está lleno de cosas por todos los lados y es más bien cutre. Pero la comida está más que buena, así que como está cerca de casa, quizás repitamos.

El miércoles por la mañana hace un buen día y decidimos andar dirección norte. Nos adentramos en Harlem y vemos la catedral de San Juan el Divino, magnánima, imponente, sensacional. Unas calles más al norte llegamos a la universidad de Columbia. Entramos en el campus y pensamos que con un día como hoy, molaría ser estudiante en Nueva York. Molaría porque pillaríamos unas latas de cerveza y nos tiraríamos en el césped a jugar al mus o a hablar de banalidades.

Hay un mercadillo frente al edificio de la biblioteca y parece que van a preparar una barbacoa. Me siento tentado de quedarme a comer unas costillas o unas alitas de pollo, pero aun no han dado las once y hay que patear la ciudad.

Seguimos andando dirección este por la 116 hasta llegar a la sexta avenida donde, en Harlem, se llama Malcolm X Boulevard. Subimos hasta la calle 125, también llamada Martin Luther King Jr. La foto en el cruce de calles es obligada. E igualmente imprescindible es acordarnos de la foto en la que ambos líderes afro-americanos se estrechan la mano sonrientes. El cruce de caminos es simbólico, como estar en el punto donde los pensamientos de ambos personajes convergieron para unir sus luchas.

Harlem también está lleno de vida. El calor primaveral va en aumento y eso propicia que muchos vendedores de agua helada deambulen por las calles haciendo negocio. Pero no son los únicos. Hay puestos callejeros de todo tipo. Puestos de comida en los que venden pinchos morunos a la parrilla cuyo humo inunda de un olor característico las calles. Y más puestos de venta ambulante. Bolsos, cd’s, cinturones, camisetas, libros, fotografías ampliadas, propaganda en apoyo a la candidatura de Obama y trapicheo. Mucho trapicheo. Tíos que van diez metros hacia allí con unos dólares en la mano. Comienzan a hablar con otro y le dan alguno de los billetes. De repente llega un tercero y les dice que esperen. Entonces retroceden unos metros porque un cuarto, que estaba donde partió el primero, tiene algo que decir. Echan un vistazo rápido alrededor y siguen con sus líos. Así continuamente.

Y Harlem sigue avanzando. Florece. No para. Vive alegre y a nosotros nos encanta el barrio. Nos contagiamos de las risas de los transeúntes que nos cruzamos. Y nos gustan sus peluquerías, sus tiendas gigantes de ropa gigante, su gente.

Me acuerdo de la entrevista que les hice al grupo de rap Dead Prez cuando veo los puestos de libros y de información pro afro-americanos. Me alegra saber que funciona una red no oficiosa de comunicación alternativa. Y que los negros del barrio se interesan, se paran, ojean libros, se implican. Y es que es así, como me contaban Dead Prez, que ellos conocieron la historia de los Panteras Negras, de Malcolm y de los líderes y figuras afro-americanas que lucharon por los derechos civiles. Porque en el colegio no les explican esa historia y de algún modo tienen que transmitirla generación tras generación. Así que realmente existe esa red clandestina, la difusión de la palabra, ese contrabando de ideas, que llaman algunos. Y se hace en la calle, en terreno libre.

Tras llegar hasta el Marcus Garvey Memorial Park, damos una vuelta y ya cansados, pues son más de las tres de la tarde, comemos en un restaurante familiar. Paula elige meat loaf con arroz y ensalada de patata, yo pollo frito con arroz y frijoles.

Cogemos el metro y bajamos hasta la 34. Vemos el Madison Square Garden y el Empire State. Al pasar por un pub veo que está jugando el Barça contra el Manchester. Le quedan cinco minutos así que nos quedamos viendo el final. Luego volvemos al hostal y descansamos, nos preparamos para la ópera. Un ballo in maschera, de Verdi, nos encanta, aunque a la representación le dedicaré una entrada a parte próximamente.

Cenamos en un restaurante francés que conozco de la anterior vez que estuve en la ciudad.

 

El jueves vamos a Midtown otra vez, pero con fundamento. Cogemos el metro hasta Columbus Circle y nos acercamos hasta la quinta avenida. Entramos en la tienda Apple y consultamos el correo electrónico. Paseamos hacia el este, cruzando Madison Avenue, Park Avenue y Lexington. Nos acercamos hasta el edificio de cima escarpada y potentes patas. El Citicorp se alza decidido y elegante, con la chulería del que se sabe único y admirado. Seguimos rumbo sur hasta la 42, bajo el Chrysler Building; clásico pero eternamente moderno, arquitectura infinita, punta de lanza. Giramos hacia el oeste y nos detenemos en la Grand Central Terminal. Entramos y hacemos fotos. A la salida también el MetLife reclama nuestra atención. Pues es otro privilegiado, en medio de la calle de los jardines y surcando el cielo con poderío y orden en sus líneas.

Volvemos a la quinta y nos encontramos con la Biblioteca pública. Bajamos hasta la 34 y admiramos el Empire State con calma. Seguimos dirección oeste hasta Broadway y bajamos hasta la 22, donde nos cruzamos con la quinta de nuevo. El Flat Iron fue el rascacielos más alto de Nueva York en algún tiempo. La planta tiene forma de plancha, de ahí el nombre. Si te sitúas a su derecha conseguirás un efecto óptico que hará que parezca un edificio delgado e insignificante. Pero la realidad es que ahí se mantiene; siempre precioso y merecedor de la atención que recibe, impávido ante el paso del tiempo.

Subimos hasta la 31 y la octava para admirar el edificio de correos y el Madison Square Garden. Después cogemos el metro en Penn Station dirección Brooklyn.

Cruzamos el Willamsburg Bridge en el metro y nos bajamos en Marcy Avenue, cerca hay un barrio judío ortodoxo y se ven algunos rabinos en familia.

Comemos en uno de los restaurantes más famosos de la ciudad, el Peter Luger. Aclamado por el corte del hueso de ternera en forma de T, donde a un lado queda el entrecot y al otro el solomillo. En las mesas hay familias de afro-americanos, hijos de inmigrantes irlandeses que ahora forman parte del cuerpo de bomberos y una pareja que celebra cuarenta y cuatro años de casados. La carne es suprema.

Volvemos a Manhattan y entramos en la Niketown de la 57 con la quinta para comprarle unas zapatillas de correr a mi hermano. Después vamos hacia el este por la 59 decididos a cruzar el Queensboro Bridge andando. A medio camino, sobre la pequeña Roosvelt Island, ya nos parece que la cosa es larga. Pero seguimos. Al llegar a Queens ya ha oscurecido y observamos las vistas de Manhattan, el skyline.

Volvemos en metro hasta Times Square. Baile de luces, neon, masas ingentes de personas, teatros, musicales, apenas queda espacio libre de publicidad.

Seguimos paseando un rato y cenamos ligero. Después nos vamos a casa, son casi las once de la noche. Vemos la NBA y nos dormimos derrotados.

 

Mañana la última tanda de NYC.

PAZ

viernes, 2 de mayo de 2008

NYC (I)

Mi cuarto viaje a Nueva York suponía el primero de Paula, de modo que iba con ganas de hacer de guía y llevarla a los lugares típicos. Pero también quería hacer cosas distintas como, por otro lado, debe ser. Y como finalmente ha sido. Os lo voy a contar en un par de entradas o tres:

autobús, avión y reencuentro con la capital del mundo

El autobús de Bristol a Londres lo pasamos rápido, comemos unos bocatas buenísimos que preparamos y que me traen a la memoria los que me hacía mi padre todas las mañanas antes de ir al cole. Lo pensé, y creo que aquéllos, los que hacía mi padre, son los mejores bocatas de mi vida.

Durante las dos horas y media de trayecto, Paula lee la guía de Nueva York apuntando lugares de interés, yo me sumerjo en las últimas páginas de El Imperio de la mano de Kapuscinski mientras escucho un poco a los hermanos Cavalera o un poco el rap de Whodini.

La siempre hospitalaria Leti, la hermana de Paula, nos va a dar cobijo una vez más en su casa. Y antes de cenar vamos a tomar unas pintas. Tenemos una conversación interesante sobre la gente con mentes privilegiadas, aquellos que ven la vida desde un prisma matemático. Y concluimos que esa gente es afortunada, pero que ser un cerebro de esa índole también conlleva desventajas, sobre todo a la hora de mezclarse y fundirse como un elemento más de la comunidad. Pero les envidiamos. Envidiamos entender algunas cosas con semejante y pasmosa facilidad. Yo a veces imagino que ven la realidad como Neo en Matrix cuando se da cuenta de que es El Elegido. Una realidad plagada de ecuaciones, matrices, derivadas y demás fórmulas matemáticas.

Poco antes de terminar mi Guinness me llama mi padre desde el aeropuerto de Nueva York. Por escasas horas no vamos a coincidir, él parte a Los Ángeles.

Cenamos espléndidamente, como siempre que Leti nos acoge, y decidimos ver Persépolis, de Satrapi. Yo me estoy quedando dormido así que abandono pronto.

A las cinco y cuarto de la mañana suena el despertador del móvil. Hasta la segunda alarma no me entero de qué es lo que ocurre. Me voy directo a la ducha y al rato Paula y yo ya estamos en el metro.

La Terminal 4 de Heathrow es grande pero igual que las otras tres que conozco. Control de seguridad, pasaportes, tiendas… pero siempre lleno de gente que va y viene. Gente que viaja y con la que, sólo por ese absurdo motivo, creo tener una relación de complicidad. Creo sinceramente que la clase viajera es una nueva clase social del siglo XXI heredera, en cierto modo, del campesinado o de los obreros, al menos en la tarea que debe desempeñar en el juego social. Aunque esta reflexión la anoto para otra entrada del blog. Para después de mi próximo viaje que, por otra parte, va a ser muy pronto.

Despegamos pasadas las nueve de la mañana. Volamos con British Airways y aquí cada asiento tiene su pantallita. Tras ojear la revista de la compañía aérea y leer unas páginas de mi libro, comienzo a ver No country for old men, pero me cuesta un montón entender los pocos diálogos que hay. Vaya pelo más feo que lleva Bardem. Recomendado por Paula, la dejo para otro momento.

Al rato Paula duerme y yo pongo La Comunidad del Anillo, que está en un inglés inteligible y me conozco los diálogos, pero también acabo durmiéndome. Más de una hora después despierto y Frodo y los suyos están pasándolas putas en las Minas de Moria, así que habiendo perdido el hilo de la película y convencido de que  ver El Señor de los Anillos en una pantalla diminuta es una aberración cinematográfica, decido ver Soy leyenda. Está en castellano, pero latino-americano. Me descojono cada vez que  Will Smith habla. La película es una basura, lo único bueno es que suena Bob Marley varias veces.

Llegamos al JFK a las once y cuarto, hora local. Somos casi los últimos en pasar el control de pasaportes. A mi me toca en una fila en la que el policía de aduanas está de estreno. Tiene que ser su primer día, porque tarda un montón y tiene a dos tíos detrás indicándole qué debe hacer en todo momento. Llegan cientos de pasajeros de otro avión y muchos de ellos pasan el control antes que yo. Me empiezo a cabrear. Cuando me toca sonrío con un poco de falsedad y su tardanza me empieza a desconcertar. ¿Tendrán en mi ficha que estuve en Cuba? ¿Y qué importancia puede tener eso? No le des más vueltas, el tío es lento y no hay más.

Finalmente paso, Paula me espera con las maletas. Mientras el lentorro del madero que me ha tocado se enteraba de cómo iba la cosa, a ella la han llevado al cuartelillo de la policía sin darle ninguna explicación. Sólo le han dicho ‘sígueme’ y ‘siéntate’. El siguiente policía por cuyo control debemos pasar, tras preguntarle el motivo de que a Paula la hayan llevado a parte, nos dice que andan buscando a alguien con un nombre similar, pero que no hay problemas.

Paula se fuma un cigarro con ganas y cogemos un taxi. El taxista parece ruso, o de Europa del este. No habla con nosotros. Atravesamos Queens y llegamos a Manhattan por el Triboro Bridge. Por la calle 125, en pleno Harlem, nos desplazamos de este a oeste de la isla y a eso de la una y media (antes de lo que yo había previsto), llegamos al hostal.

Las fotos que vimos en Internet no tienen nada que ver con lo que nos encontramos, pero disponemos de una habitación limpia, con nevera y televisión, y un espacio con perchas que no es un armario para colgar algo de ropa. Los baños son comunes, pero limpios. La mayoría del staff es castellano-parlante, gente maja.

Hace un día soleado y algo caluroso. El hostal está en la calle 107 con Broadway o la también llamada West End Avenue, pues ambas calles se funden en una sola en estas latitudes. Decidimos bajar hasta Midtown por Central Park. Le explico a Paula que, antes, Manhattan era así, con esas rocas que dan ganas de tocar, que transmiten una sensación de firmeza y que se adivinan inquebrantables. Siempre me han fascinado las rocas de Central Park y hoy las observo con admiración y complicidad una vez más. También hay árboles; frondosos, americanos, llenos de vida. Árboles que han nacido de esas rocas, así que también transmiten robustez, abrazo sincero. El parque rebosa vitalidad; la gente corre, va en bici, juega al béisbol, pasea. Disfruta del día.

Llegamos a la casa Dakota, donde vivió John Lennon, y nos acercamos al mosaico de Imagine. Le ponemos unas flores a John y nos acordamos de él. Una vez en frente del portal Paula me reconstruye la escena del asesinato. Es emocionante.

Seguimos camino hasta la 66 con Broadway y recojo en el Lincoln Center las entradas para la Ópera a la que asistiremos el miércoles por cortesía de mis padres. Seguimos andando hasta Columbus Circle y cojemos la 59 para cruzar unas avenidas, hasta llegar a la Quinta, en frente del Hotel Plaza.

En la 57 entramos en Tiffany’s, seguimos y fotografiamos la Trump Tower, entramos en la tienda de la NBA, pasamos por delante de St. Patricks Cathedral y llegamos al Rockefeller Center. Nunca he subido al observatorio, de modo que aprovechando el día que hace no lo dudamos.

Las vistas son espectaculares, sobre todo mirando hacia el norte. Además, la posición de altura me sirve para situarle a Paula los puntos cardinales, los cinco distritos, los principales barrios de Manhattan y los edificios más altos e importantes. Estamos arriba más de una hora.

Paseamos hasta la sexta avenida y aunque aun son las ocho de la noche (para nosotros la una de la madrugada de un día en el que nos hemos levantado a las cinco y con un viaje de avión de por medio), damos una vuelta por la séptima y entramos en un local de comida self-service a comer unas hamburguesas muy ricas, preparadas por unos mexicanos simpáticos y atentos que saben más del Barça que yo.

Volvemos a casa en metro, habiendo comprado una tarjeta semanal que por 25 dólares te permite viajar todo lo que quieras y que amortizaremos satisfactoriamente.


Espero terminar de contaros todo NYC en un par de entradas más durante los dos próximos días.

PAZ