martes, 18 de marzo de 2008

THE QUANTIC SOUL ORCHESTRA

Los últimos días de trabajo en el restaurante, a mi paso por Dighton Street, que continúa hasta Jamaica Street, siempre veía un cartel anunciando un concierto que me atraía. Ocurría que, en mi trayecto, a la ida con prisas y a la vuelta muy cansado, no prestaba atención a cuándo era el concierto, y como no conocía a la banda, o mejor dicho, no la ubicaba mentalmente en mi almacén de mp3, pues seguía mi camino sin más.

Liado con los preparativos de mi viaje a Madrid y Figueres, se me olvidó el tema. Pero de vuelta a Bristol volví a fijarme en los carteles. Esta vez presté atención y me sorprendí, pues creía que el concierto había pasado ya. Pero no, resultó que iba a ser el sábado 15 de marzo.

Llegado el día, nos acercamos a la Bristol Carling Academy y, tras pasar unas medidas de seguridad similares a las de los aeropuertos, entramos a la sala. Y aquí me quiero detener en mi crónica para hacer una reflexión al respecto.

Me pregunto qué potestad para violar derechos se creen que tienen en las salas que albergan los conciertos de música y en qué tipo de masa pasiva nos hemos convertido los que acudimos a ellos. Dejando que nos cacheen, teniendo que pasar por un detector de metales, dejando que fisguen en nuestras carteras, paquetes de tabaco, bolsas y, además, teniendo que sonreír. Está prohibido llevar gorra o capucha. Una vez dentro de la sala hay varios tipos-gorilas con la palabra “seguridad” escrita en la espalda de sus camisetas, vigilándonos constantemente, pululando por la sala. Mirando con desprecio a veces, perdonándote la vida otras. Me pregunto a qué clase de situación orwelliana hemos llegado. Recortan libertades en nombre de la libertad y la seguridad. Te puedes divertir, sí, pero ahora la diversión es limitada. O mejor dicho; el ejercicio de abstracción debe ser mucho mayor que hace años. Explico esto: para olvidarte del mundo durante unas horas no basta con meterte en la sala con un grupo de colegas, tomar algo y disfrutar de la música. Ahora es más difícil, porque sabes que la ley también está allí dentro, también hay autoridad, represión, vigilancia. Por eso, abstraerte de toda la maquinaria es más complicado y supone un ejercicio de concentración mayor. Tarea en la cual los músicos tienen un gran protagonismo y se adivinan vitales para ayudarnos a ello,  creando así un feedback mayor con el público y viéndose inmersos en una situación que también a ellos les exige un esfuerzo añadido respecto antaño.

Ahora la gente no se puede fumar ni un cigarrillo, y no hablemos de liarse un canuto. Yo no fumo ni me drogo, y hay muchos aspectos de la ley antitabaco que me parecen sensacionales, pero no concibo un concierto del mismo modo sin el humo del tabaco, o sin el olor a marihuana. O sin ver a dos o tres tíos con pinta de haberse pasado con ciertas substancias. Qué queréis que os diga, no es lo mismo. Igual que no hubieran sido los mismos Jimi Hendrix sin el LSD o Ray Charles sin la heroína, o Kurt Cobain o cualquiera de todos esos músicos a los que admiramos tanto y que tanto se drogaban. Y no se trata de drogas, si no de libertad y creatividad y de ser capaces de transmitir esos conceptos e ideas al público. Que el público también se empape, por unas horas, de libertad, creatividad, anarquía, caos, actitud, estilo. Pues bien, esos artistas que tanto admiramos tampoco hubieran sido lo que son si el público hubiera tenido que pasar por las medidas de seguridad a las que nos someten hoy en día. Quizás ese también es uno de los motivos por el cual mucha de la música que se hace actualmente, la mal llamada música pop, es auténtica basura.

La solución al modo británico es beber, aunque sospecho que esta gente bebía tanto antes como ahora. La verdad es que es una situación indignante y, ¿qué podemos hacer? No lo sé. Si quieres ir a ver a ciertos artistas tienes que pasar por el aro. Y te jode porque te obliga a empezar la supuesta noche de diversión de mala ostia. Sí, de muy mala ostia. Pero el tiempo a veces corre a tu favor, y una buena pinta y algo de música te ayuda a entonarte antes de que el show dé comienzo. Así que tras este paréntesis algo largo, continúo.

Los dj’s Joe90, Elharvo y Kid Bongo amenizaron durante más de una hora al personal que iba entrando a la sala. Corría la cerveza, el ron, el whisky y se veía más de una camiseta de la selección de Rugby de Gales, campeones del Torneo Seis Naciones aquella misma tarde. El soul de baile y el ska jamaicano de la primera ola fueron el sonido reinante elegido para calentar el ambiente. Además un Video dj, miembro del colectivo Future Boogie, proyectaba imágenes y videos de distintos tipos de danza. Desde la salsa al breakdance, del charlestón a danzas africanas, y entre medio algunos mensajes positivos.

El escenario estaba ya montado, con los instrumentos a la espera de que alguien les imprimiese ritmo, alma. Pasadas las doce de la noche salió la banda al escenario. Formada por un batería, dos percusionistas, un pianista, un bajista, un trompetista, y un saxofonista que también tocaba la flauta travesera y el guitarrista Will Holland.

Quantic es el alias de Will Holland, nacido en Brighton, Reino Unido, de ascendencia colombiana y residente en los Estados Unidos. Es un productor de ritmos cuyo terreno es la música negra. Cogiendo muestras y sampleando música de otros artistas es como comenzó a hacerse un nombre. Sin embargo, su ambición llegó más lejos, y por eso decidió formar The Quantic Soul Orchestra, una banda que compone su propia música, graba sus discos y los respalda con un directo festivo y cálido.

El concierto comenzó con un par de temas soul con toques de bossanova y jazz. Al poco rato la gente no paraba de bailar, y entonces salió la cantante. Afro-americana, de voz poderosa y con aptitudes líricas, instrumentistas y comunicativas, fue una auténtica front-woman que se ganó a pulso traernos a la mente a figuras como Etta James, Fontella Bass o la mismísima Aretha. El soul y el funk se hicieron explícitos durante dos o tres canciones, para luego volver a los sonidos caribeños con gran influencia de la música negra norteamericana. Un viaje ‘tropidélico’, como el nuevo disco de la banda indica. La cumbia, la rumba, el boogaloo, la salsa, la samba, el calypso e incluso los sonidos africanos también tuvieron su momento a lo largo del show.  Los solos de percusión (uno a las congas y otro a los timbales) eran cada vez más vertiginosos y calurosos, las conversaciones entre metales eran apasionantes, la maestría del peruano Alfredo Linares al piano dejaba boquiabiertos a la gran mayoría y la dirección de Will ‘Quantic’ Holland  a la guitarra era sublime y calculada.

Tras el primer bis, salieron a escena e interpretaron un instrumental y veloz tema de soul digno de ser bailado en el Casino de Wigan muchos años atrás. Tras ello, y como despedida, una versión de ‘Sunny’ de Bobby Hebb, nos dejó a todos con una sensación de que aquello había merecido la pena, sin duda alguna. 

Después, los dj’s, miembros del colectivo Future Boggie, volvieron a las ruedas de acero e hicieron sonar algunos temas de funky clásico y otros de soul contemporáneo, dando paso a los sonidos dance y disco.

Hasta casi las tres de la noche la gente estuvo dándolo todo y disfrutando. Al salir a la calle la lluvia británica no había cesado, pero nos dio igual. Nunca mejor dicho; que nos quiten lo bailado.

Próximamente habrá más conciertos interesantes. La primavera se avecina, la tierra comienza a despertar.

PAZ