martes, 6 de mayo de 2008

UNA NOCHE EN LA ÓPERA

Tenía una deuda pendiente con la ópera a través del blog y hoy quiero saldarla a pesar de que no soy un gran entendido en la materia y de que jamás antes he escrito sobre un género como este.

Pero tengo la fortuna de haber acudido a la ópera y de haber sido partícipe de varias representaciones desde que tenía seis años. Así que, veinte años después, sé cuándo un cantante hace buen papel y cuándo no, sé si el director es bueno o si le escapa de las manos el control de la orquesta, coro y voces principales. Sé distinguir una buena escenificación, aunque esté ambientada en la actualidad. Digamos que sé diferenciar entre una buena obra y una mediocre, y ello es fruto de haber sido espectador en los teatros de Barcelona y otros puntos de Catalunya, de Madrid, Santander, Valencia, Berlín, Praga, Verona, Atenas o Nueva York.

Creo sinceramente que la ópera, tras décadas de mirarse el ombligo, ha recuperado su misión social. Ha sabido renovarse antes que morir. Desde hace ya unos años ha dejado de ser un espectáculo elitista y exclusivo para las clases sociales adineradas. Ha recuperado el ambiente popular (y aquí estas palabras significan circo, fiesta, pasatiempo). Ha recuperado la esencia con la que fue creada, que radica en contar historias a través del teatro y crear emociones con la música.

La ópera ha vuelto a acercarse al pueblo llano gracias a escenógrafos que han adaptado a la actualidad historias escritas hace trescientos años. Aunque esto también ha supuesto una reacción negativa por parte de aficionados fundamentalistas y una sorpresa para algunos iniciados que esperaban vestimentas del siglo XVII y palacios. Pero en su lugar han encontrado edificios contemporáneos y a los cantantes vestidos con ropa que bien podrías comprar en las tiendas de tu barrio. Y esto no significa que no haya lugar para las puestas en escena clásicas; todo lo contrario, hay lugar y debe mantenerse. Pero el género no puede supeditarse a la gloria del pasado y obviar la evolución, pues ello significaría perder el pulso de los días. Y, al tiempo, por el momento no hay noticia de nadie que le haya vencido. Por eso es mejor sacrificar parte de la carga a la vez que el oxígeno se renueva.

Con esta nueva corriente, la intención es devolverle a la ópera la dignidad y la frescura de sus orígenes. Y el modo de hacerlo es a través de representaciones que agiten conciencias, que denuncien situaciones de injusticia, que reflejen el estado de las cosas o que, simplemente, relaten fábulas creíbles. La misión original de la ópera, que ahora se intenta recuperar, es la de transmitir una serie de valores positivos para el entendimiento social a través de las historias que cuenta. Ser también una crónica fidedigna de la historia de la humanidad y de sus individuos, contar al mundo sus miserias, pero también sus logros. Se trata de llegar, en el plano sensorial de la palabra, a los que se han acercado esa noche al teatro y nunca dejarlos indiferentes. Además, para ello, la ópera tiene un gran aliado; la orquesta filarmónica, capaz de reproducir las melodías más perfectas y armoniosas jamás creadas por los genios de la música clásica.

Algunos dicen que la ópera está muerta, que no tiene donde ir. Pero en su contra, yo digo que no, que la ópera está más viva que nunca y que su futuro seguirá siendo la misión para la que nació. Una misión social de entretenimiento capaz de captar la atención de la burguesía y de la clase trabajadora, pues el mensaje que emite y el canal que utiliza, son universales.

Tras esta breve introducción, os cuento la velada en el Metropolitan Opera del Lincoln Center de Nueva York.

Un ballo in maschera

Llegamos al teatro sobre las siete de la tarde. Entramos y bebemos agua en los típicos vasos en forma de cono del Met, porque si vas a la ópera en Nueva York y no bebes agua en los vasos de cono, no es lo mismo. Nos dan el libreto donde informan que el papel de Ricardo, el protagonista, será reemplazado por otro cantante debido a incapacidad de quien estaba previsto.

Avanzamos por el pasillo central izquierdo de platea hasta el foso y observamos lo enorme que es el teatro. Con cinco pisos y una platea, alberga capacidad para casi cuatro mil personas. Viéndolo así, vacío todavía, con abundante luz, cuesta creer que la voz de un hombre o una mujer pueda llegar con calidad a todos los rincones. Pero esa duda quedará disipada algunos minutos después.

Las paredes son de un dorado mate, las butacas granate, el telón también es dorado casi ocre. Las lámparas cuelgan del techo en mitad del vacío, situadas a modo de satélite de una central y mucho mayor. Brillan como estrellas, cristales vivos, haz de luz, como criptonita.

Nos sentamos y leemos el argumento del primer acto mientras la gente va entrando y tomando asiento. Parece que Verdi va a obsequiarnos con un drama donde se mezcla el amor, la tiranía, la superstición, la infidelidad, el acoso político y, como no, la muerte.

Las lámparas ascienden hasta el techo y la luminosidad disminuye progresivamente; primero tenue, luego oscurece por completo. Nos preparan así, psicológicamente, para la representación.

Seguidamente sale el director de orquesta, Gianandrea Noseda, quien durante toda la obra dirigirá magistral y enérgicamente demostrando autoridad y saber hacer. El preludio u obertura marca inevitablemente la ópera desde el comienzo. Un sonido que lleva tragedia y amor en sus notas, belleza armónica ante todo.

Un ballo in maschera es una ópera en tres actos de Guiseppe Verdi, ambientada en la Suecia de 1792, bajo el mandato del Rey Ricardo. El argumento, que no voy a contar, transcurre en el palacio del Rey durante la primera escena del primer acto. A grandes rasgos, puede afirmarse que es una ópera difícil de cantar debido a los constantes solos o duetos que tienen que hacer las principales voces durante la mayoría de áreas. La segunda escena transcurre en la cueva de Ulrica, una gitana que adivina el futuro. La voz de Stephanie Blythe, quien la interpreta, suena con un poderío capaz de inundar cada rincón del teatro, con una musicalidad que por momentos eclipsa a la orquesta. Una voz que encuentra complicidad y comodidad junto a la de Angela Brown en el papel de Amelia, otra de las grandes de la noche. Ciertamente, se echa a faltar un poco más de protagonismo de Ulrica durante el resto de la historia, para poder oír su intensa voz un poco más. Para oírla cantar.

También Renato demuestra grandes dotes líricas, mientras a Ricardo le cuesta un poco más, aunque va mejorando mientras la representación avanza.

El primer interludio lo dedicamos para bajar a ver la exposición de Pavarotti y otros cuadros o fotografías. Al rato comienza el segundo acto, situado en un campo solitario a las afueras de la ciudad, donde ejecutan a los sentenciados a muerte. La puesta en escena es magnífica. Me recuerda a las afueras de Mordor, de El Señor de Los Anillos: un lugar ténebre y donde la vida es sólo una ilusión de esperanza. Aquí Ricardo demuestra de lo que es capaz (y debe hacerlo porque esta escena es su prueba de fuego) y canta con decisión, convencido y transmitiendo todos los sentimientos cuyo papel requiere. Amelia sigue en una línea ascendente, acompañado por Renato. En el plano argumental, el final del acto es clave para el desenlace. La traición y el engaño se pagarán muy caros. La desgracia está a punto de empezar.

Hay un segundo entreacto que nos parece demasiado largo pero que aprovechamos para salir a tomar el aire, para admirar los enormes lienzos de Marc Chagall y hacer alguna foto. La señora que se sienta a mi izquierda, al oírnos hablar en castellano, me pregunta de donde somos. Ella resulta ser mexicana, aunque neoyorquina de adopción.

La primera escena del último acto es la preparación del plato en frío; la venganza. En la casa de Renato, junto a los detractores del rey, se gesta y se prepara el asesinato de Ricardo. La tensión acecha, nos invade la intriga.

La segunda escena del tercer acto, se situa en el despacho del rey; cartas secretas con intenciones opuestas, los últimos estertores antes del desenlace final. Transcurre rápido, pero es un momento clave. La tercera y última escena es el baile de máscaras. De repente desaparece el despacho y, ante nuestros ojos, inesperadamente nos encontramos ante un enorme salón de palacio. De mármol verde, con escaleras majestuosas, lámparas dignas de un rey y una multitud que canta y baila enmascarada. Los aplausos esta vez no son para ningún intérprete, si no para el escenógrafo y la producción. Han conseguido meter un palacio en tres dimensiones dentro del escenario.

El baile y los cantos se coordinan a la perfección y gustan mucho al espectador. Y a su vez, Verdi demuestra que también sabe hacer cantar al coro.

La obra concluye con la muerte, pero mientras esta llega, los protagonistas le cantan efusivamente al perdón y al amor incondicional, a la amistad. A tres voces y con el coro acompañando, concluye  completo, definitivo. Sentencia la obra.

Después, los merecidos aplausos para los artistas y orquesta, y para nosotros una sensación de haber presenciado una gran e inigualable fiesta de la música y el teatro. La ópera.

PAZ

6 comentarios:

pjdfp dijo...

Muy bien tío, de las mejores entradas que recuerdo, sobre todo la parte introductoria.
A ver si vas más a la ópera.
Un abrazo.

Charles dijo...

Seventeen:
A mi también me ha gustado la entrada! Sin tecnicismos, nada de pretencioso, muy ameno! Y la verdad es que viniendo de mí, uno de los más reconocidos expertos en la obra de Verdi (modestia aparte), eso debería ser un aliciente más para que compartas con nosotros tus experiencias operísticas! Definitely, te invitaré a participar en mi foro de expertos en Opereta y Zarzuela (aunque la mayoría de entradas son en alemán -lo cual no deha de ser curioso en relación con la Zarzuela), en el que actualmente se está debatiendo mucho sobre Jacques Offenbach y la opereta moderna (casi con el mismo acierto y rigor con el que en su día apreciamos y describimos ese magnífico vino afrutado berlinés con el que regamos el snitchel vienés de 300cm2 que te metiste entre pecho y espalada hará un par de navidades ;-)!
Un fuerte abrazo y cuídate mucho,
Charles Boyer

pfp dijo...

como sigamos así esto va a parecer el camarote de los hermanos Marx, Charly eres una bomba, haz el favor de dejar un poco los foros de opereta alemana, y entra en los del pueblo llano,me haces reir que se me saltan las lágrima, y en aleman no te entiendo ... Por cierto me debes algo, así que espabila y haz un relato divertido please.
Seventeen, a mi también me ha gustado mucho tu entrada. Besos a los tres

pjdfp dijo...

juas!!!
Me deshuevo con Charles!!!
Vaya Perchon!!

Anónimo dijo...

Interesante tu introducción y muy de acuerdo con lo que dices. Pero últimamente he propuesto en los "círculos de discusión" una nueva diatriba. Si al escenógrafo se le admite la capacidad de dar un toque, o a veces un giro en el tiempo, el lugar e incluso (como en el último Tanhauser) cambiar al poeta protagonista en pintor y a Elisabeth, una santa, en puta... ¿Por qué el director musical no podría hacer lo mismo y usar una banda de rock para hacer más orgiástica la escena de Venus?
En la última ópera de Strauss (Richard), dos personajes discuten sobre qué es lo más importante y uno manifiesta:"Prima le parole, dopo la musica"; el otro le contesta lo contrario. En otra escena dicen: "La ópera es algo absurdo. Las órdenes se dan cantando y la política se trata en dúos, se baila sobre una tumba y se asesina con música..." En fin que habría mucho que hablar sobre el pasado, el presente y el futuro del arte "activo" y temporal como es la ópera y la música en general.

Joaquim dijo...

flicidades Javier.
Aire fresco, eso nos conviene, aunque si un día tengo el gusto de saludarte personalmente ya hablaremos más largo y tendido de eso de la presunta modernidad de los montajes y el público.
Llego tarde ya que me han informado tarde, peró he delado un link en la crónica de Amfortas, en mi blog, para que los asiduos puedan leerte.

Un abrazo