sábado, 3 de mayo de 2008

NYC (II)

across 110th street

Nuestra parada de metro más cercana al hostal es Cathedral Parkway, en la calle 110 con Broadway. La calle 110 es una de tantas que, a diferencia de las demás, es de doble sentido y tan ancha como una avenida. Es una calle fronteriza que marca territorio; termina Central Park en su vertiente sur y comienza el barrio de Harlem en su vertiente norte. En la zona oeste de la calle, donde estamos nosotros, se encuentra el llamado Harlem hispano, la comunidad portorriqueña, mayoritariamente.

El segundo día nos despertamos frescos y descansados a las siete de la mañana, aun afectados por el jet lag. Decidimos ir a la zona norte y centro del Downtown. El metro nos lleva directos hasta Houston Street. Visitamos el SoHo (South of Houston Street), y la mayor atracción de esta zona es Broadway, llena de tiendas y de gente variopinta.

Entramos en Dean & Deluca y admiramos la comida. Tienen fruta de todo tipo, hortalizas, verduras. Nos quedamos mirando los tomates; de todas las figuras y colores. Incluso amarillos y naranjas. Y no, estos no están tratados químicamente en Almería bajo lonas de plástico o efecto invernadero. También tienen café de todas partes del planeta. Metemos la mano en los sacos como Amelie. Hay pan de distintos tipos, crujiente, sabroso, aromático. También carne con un corte suculento, pescado fresco, marisco, conservas, chocolate, pasteles, bollería. Todo apetitoso, todo bien puesto. Todo sano.

Continuamos la mañana haciendo alguna compra, cruzando Prince, Spring y Broome Street, hasta llegar a Canal Street. Giramos hacia el este, a Chinatown.

El barrio chino es un parque temático, un gueto, un viaje a China dentro de Nueva York, simplemente. Ya no hay puestos de perritos calientes, si no de noodles, los comercios venden imitaciones de perfumes, ropa y otros elementos característicos del consumo capitalista occidental.

Llegamos hasta Columbus Park, lindante con Mulberry Street, y nos sentamos un rato en la plaza. Somos los únicos seres de rasgos no orientales, a excepción de algunos turistas más. En los bancos de la plaza, los chinos juegan a las cartas, a un juego similar a las Damas y comen arroz u otros platos típicos. Hay cientos de ellos. Muchas mujeres se sientan en sillas de juguete, de colores ya gastados, algunos hombres tocan música y cantan canciones.

Decidimos comer en el barrio y vamos a un restaurante en Bayard Street. Comemos noodles y pollo crujiente con salsa de miel y mostaza. Barato, rico y abundante. Además, un buen síntoma es que hay chinos comiendo en establecimiento, también americanos.

Subimos Mulberry Street hacia el norte para llegar a Little Italy. Es una lástima ver que este barrio ha desaparecido por completo respecto a como era antaño. Pero entendiendo el comportamiento social occidental, no podíamos esperar de los italianos una actitud similar a la de los chinos. No íbamos a esperar que en pleno siglo XXI estuviesen recluidos en su barrio hablando en italiano, comiendo espaguetis con albóndigas y pasando olímpicamente de América. No, ellos se han integrado y reclaman su nominación de ítalo-americanos. De modo que el barrio italiano se ha reducido a restaurantes de pasta y pizza y a que en las tiendas de souvenirs (en las que te atienden chinos) te puedas comprar camisetas de Al Pacino en el papel de cualquier mafioso de los tropecientos que ha interpretado a lo largo de su carrera. Así que comparas una comunidad con otra, y concluyes que los chinos no tienen interés alguno por integrarse en la sociedad americana. Viven igual que en China pero en Nueva York, ¿y a ellos qué más les da Nueva York que Pekín? Por ese motivo creo que los que dicen que cuidado con China están equivocados. Los chinos no tienen ni espíritu conquistador ni de integración. Y que conste que no lo considero malo ni bueno. Simplemente ellos son distintos. Su percepción social y económica es distinta, y ni tan siquiera creo que se hayan planteado una percepción geopolítica en sus relaciones internacionales o a la hora de emigrar a otros continentes, al menos hasta hace bien poco. Y si se la han planteado no es expansionista, buena prueba de ello son los barrios chinos a lo ancho y largo del planeta. La dimensión cultural es el universo de cada pueblo, de modo que para entender al chino deberemos analizar su pensamiento colectivo a nivel cultural y social, y no tratar de entenderlo desde la cosmovisión occidental, como hacen muchos erróneamente.

Sigo con mi relato del viaje, que me lío con los chinos. Tomamos un helado en Ferrara y paramos a degustarlo tranquilos, viendo un poco a la gente y tomando el sol.

El resto de la tarde seguimos callejeando por el SoHo, entrando en unas cuantas tiendas y comprando, teniendo en cuenta que la libra esterlina casi dobla al dólar.

A eso de las ocho de la tarde vamos al hostal. Descansamos un rato y decidimos hacer caso de la guía y cenamos en un restaurante con una carta más extensa que el Quijote. Tienen y hacen de todo. Pedimos mozzarella rebozada y frita de entrante y una pizza de espinacas y queso feta. Lo regamos con unas Buds heladas. Mirando las fotos que cuelgan en el establecimiento, vemos que por ahí ha pasado gente como Bill Clinton o Mike Tyson y que el sinvergüenza de Bono (de U2) estuvo sentado en la misma mesa que nosotros. Es curioso, porque el sitio es ínfimo, está lleno de cosas por todos los lados y es más bien cutre. Pero la comida está más que buena, así que como está cerca de casa, quizás repitamos.

El miércoles por la mañana hace un buen día y decidimos andar dirección norte. Nos adentramos en Harlem y vemos la catedral de San Juan el Divino, magnánima, imponente, sensacional. Unas calles más al norte llegamos a la universidad de Columbia. Entramos en el campus y pensamos que con un día como hoy, molaría ser estudiante en Nueva York. Molaría porque pillaríamos unas latas de cerveza y nos tiraríamos en el césped a jugar al mus o a hablar de banalidades.

Hay un mercadillo frente al edificio de la biblioteca y parece que van a preparar una barbacoa. Me siento tentado de quedarme a comer unas costillas o unas alitas de pollo, pero aun no han dado las once y hay que patear la ciudad.

Seguimos andando dirección este por la 116 hasta llegar a la sexta avenida donde, en Harlem, se llama Malcolm X Boulevard. Subimos hasta la calle 125, también llamada Martin Luther King Jr. La foto en el cruce de calles es obligada. E igualmente imprescindible es acordarnos de la foto en la que ambos líderes afro-americanos se estrechan la mano sonrientes. El cruce de caminos es simbólico, como estar en el punto donde los pensamientos de ambos personajes convergieron para unir sus luchas.

Harlem también está lleno de vida. El calor primaveral va en aumento y eso propicia que muchos vendedores de agua helada deambulen por las calles haciendo negocio. Pero no son los únicos. Hay puestos callejeros de todo tipo. Puestos de comida en los que venden pinchos morunos a la parrilla cuyo humo inunda de un olor característico las calles. Y más puestos de venta ambulante. Bolsos, cd’s, cinturones, camisetas, libros, fotografías ampliadas, propaganda en apoyo a la candidatura de Obama y trapicheo. Mucho trapicheo. Tíos que van diez metros hacia allí con unos dólares en la mano. Comienzan a hablar con otro y le dan alguno de los billetes. De repente llega un tercero y les dice que esperen. Entonces retroceden unos metros porque un cuarto, que estaba donde partió el primero, tiene algo que decir. Echan un vistazo rápido alrededor y siguen con sus líos. Así continuamente.

Y Harlem sigue avanzando. Florece. No para. Vive alegre y a nosotros nos encanta el barrio. Nos contagiamos de las risas de los transeúntes que nos cruzamos. Y nos gustan sus peluquerías, sus tiendas gigantes de ropa gigante, su gente.

Me acuerdo de la entrevista que les hice al grupo de rap Dead Prez cuando veo los puestos de libros y de información pro afro-americanos. Me alegra saber que funciona una red no oficiosa de comunicación alternativa. Y que los negros del barrio se interesan, se paran, ojean libros, se implican. Y es que es así, como me contaban Dead Prez, que ellos conocieron la historia de los Panteras Negras, de Malcolm y de los líderes y figuras afro-americanas que lucharon por los derechos civiles. Porque en el colegio no les explican esa historia y de algún modo tienen que transmitirla generación tras generación. Así que realmente existe esa red clandestina, la difusión de la palabra, ese contrabando de ideas, que llaman algunos. Y se hace en la calle, en terreno libre.

Tras llegar hasta el Marcus Garvey Memorial Park, damos una vuelta y ya cansados, pues son más de las tres de la tarde, comemos en un restaurante familiar. Paula elige meat loaf con arroz y ensalada de patata, yo pollo frito con arroz y frijoles.

Cogemos el metro y bajamos hasta la 34. Vemos el Madison Square Garden y el Empire State. Al pasar por un pub veo que está jugando el Barça contra el Manchester. Le quedan cinco minutos así que nos quedamos viendo el final. Luego volvemos al hostal y descansamos, nos preparamos para la ópera. Un ballo in maschera, de Verdi, nos encanta, aunque a la representación le dedicaré una entrada a parte próximamente.

Cenamos en un restaurante francés que conozco de la anterior vez que estuve en la ciudad.

 

El jueves vamos a Midtown otra vez, pero con fundamento. Cogemos el metro hasta Columbus Circle y nos acercamos hasta la quinta avenida. Entramos en la tienda Apple y consultamos el correo electrónico. Paseamos hacia el este, cruzando Madison Avenue, Park Avenue y Lexington. Nos acercamos hasta el edificio de cima escarpada y potentes patas. El Citicorp se alza decidido y elegante, con la chulería del que se sabe único y admirado. Seguimos rumbo sur hasta la 42, bajo el Chrysler Building; clásico pero eternamente moderno, arquitectura infinita, punta de lanza. Giramos hacia el oeste y nos detenemos en la Grand Central Terminal. Entramos y hacemos fotos. A la salida también el MetLife reclama nuestra atención. Pues es otro privilegiado, en medio de la calle de los jardines y surcando el cielo con poderío y orden en sus líneas.

Volvemos a la quinta y nos encontramos con la Biblioteca pública. Bajamos hasta la 34 y admiramos el Empire State con calma. Seguimos dirección oeste hasta Broadway y bajamos hasta la 22, donde nos cruzamos con la quinta de nuevo. El Flat Iron fue el rascacielos más alto de Nueva York en algún tiempo. La planta tiene forma de plancha, de ahí el nombre. Si te sitúas a su derecha conseguirás un efecto óptico que hará que parezca un edificio delgado e insignificante. Pero la realidad es que ahí se mantiene; siempre precioso y merecedor de la atención que recibe, impávido ante el paso del tiempo.

Subimos hasta la 31 y la octava para admirar el edificio de correos y el Madison Square Garden. Después cogemos el metro en Penn Station dirección Brooklyn.

Cruzamos el Willamsburg Bridge en el metro y nos bajamos en Marcy Avenue, cerca hay un barrio judío ortodoxo y se ven algunos rabinos en familia.

Comemos en uno de los restaurantes más famosos de la ciudad, el Peter Luger. Aclamado por el corte del hueso de ternera en forma de T, donde a un lado queda el entrecot y al otro el solomillo. En las mesas hay familias de afro-americanos, hijos de inmigrantes irlandeses que ahora forman parte del cuerpo de bomberos y una pareja que celebra cuarenta y cuatro años de casados. La carne es suprema.

Volvemos a Manhattan y entramos en la Niketown de la 57 con la quinta para comprarle unas zapatillas de correr a mi hermano. Después vamos hacia el este por la 59 decididos a cruzar el Queensboro Bridge andando. A medio camino, sobre la pequeña Roosvelt Island, ya nos parece que la cosa es larga. Pero seguimos. Al llegar a Queens ya ha oscurecido y observamos las vistas de Manhattan, el skyline.

Volvemos en metro hasta Times Square. Baile de luces, neon, masas ingentes de personas, teatros, musicales, apenas queda espacio libre de publicidad.

Seguimos paseando un rato y cenamos ligero. Después nos vamos a casa, son casi las once de la noche. Vemos la NBA y nos dormimos derrotados.

 

Mañana la última tanda de NYC.

PAZ

2 comentarios:

pfp dijo...

E, de Exellent, fantástica tú cronica viajera, besos mm

pjdfp dijo...

gracias por las zapas, ya tengo ganas de vernos y de estrenarlas.
Por cierto, si no recuerdo mal el plato estrella del Peter Luger es el Steak Porter House... ¿no?
Ala a cuidarse!!